Al nacer, el niño es un producto prematuro e inacabado. Su indefensión es tal que su completa dependencia de la madre o de quien la sustituye se prolonga por un tiempo que es insólito si se le compara con otras especies animales. Por otra parte, su plasticidad y su capacidad de aprender son también únicas en la escala zoológica y permiten la participación de múltiples influencias confinadoras.
La personalidad es resultado del despliegue de la dotación biológica y de las experiencias que la modelan durante los primeros años. La influencia del ambiente sobre la dotación genética se deja sentir muy precozmente. Las influencias de los padres en el niño comienzan a delinearse en sus actitudes hacia la concepción y las circunstancias que rodean el embarazo. También es posible que durante este último los estados emocionales de la madre influyen en el feto a través de mecanismos endocrinos y bioquímicos aún no esclarecidos.
Actualmente se distinguen dos clases de influencias conformadoras: unas que actúan en forma explosiva, por tiempo muy breve, en ciertos momentos críticos del desarrollo, y otras que actúan más lenta y silenciosamente y se ejercen mediante actitudes, gestos y signos.
El niño emite señales que la madre recibe, y ella a su vez emite señales que el niño recibe; la respuesta de uno de los participantes influye decisivamente en la respuesta del otro.
Simbiosis y separación
La interacción entre la madre y el feto comienza en el momento de la concepción. El nacimiento, la interrupción de la simbiosis madre-feto representa un trauma fisiológico, dado que la fisiología del neonato experimenta un cambio después de su pasaje a través del canal pélvico; ahora, para asegurar la satisfacción de las necesidades básicas de su vida -respirar, succionar y tragar- tiene que ser activo. Sus funciones vitales están aseguradas por reflejos listos para funcionar inmediatamente después del nacimiento.
A partir de la segunda semana, el niño tiene representaciones parciales de objetos y cuando está semidormido o alimentándose muestra un estado placentero.
Después de la tercera y antes de la quinta semana, el niño es capaz de sonreír ante un rostro cualquiera o la representación de un rostro sonriente. Aparentemente el niño asocia el rostro humano con las sensaciones placenteras que le causa su madre en el proceso de satisfacer sus necesidades.
Hacia la décima semana, el niño sonríe espontáneamente a su madre, lo cual indica que ha establecido un contacto emocional. Si la madre está disponible y dispuesta a responderle, la estimulación recíproca fomenta el establecimiento entre ambos de una relación afectiva intensa. El niño percibe a su madre como parte de sí mismo y se percibe a sí mismo como parte de ella. En esta etapa, llamada de simbiosis por Mahler’s lo esencial es que el niño se experimenta unido a su madre.
Hacia los 5 o 6 meses, cuando el niño se encuentra entre personas extrañas, experimenta ansiedad, llora y se agita, pero se calma al regresar a los brazos de su madre. Esta angustia ante la separación es una experiencia precursora de otras experiencias angustiosas.
A partir del sexto mes, el niño entra en la etapa que Mahler llamó de separación-individuación, que se extiende hasta el final del tercer año de vida. Se distinguen cuatro fases: la primera va de los 6 meses hasta el final del primer año; cada vez que el niño es separado de su madre y se ve entre personas extrañas, llora y sufre angustia; aparentemente el niño en alguna fonna teme ser abandonado por su madre.
Llamó depresión anaclítica es una reacción de duelo, que puede avanzar hacia un estadio de marasmo y retirada y a un estupor irreversible, que ocurre durante el primer año de vida en.niños que habiendo tenido previamente una relación apropiada con su madre son separados de ella por varios meses sin sustituirla por otra persona.
La siguiente fase, de práctica, se extiende desde los 10 o 12 meses hasta los 16 o 18 meses. Lo más notable en esta etapa son los logros del niño en el área motriz. En efecto, la maduración de su sistema nervioso le permite desplazarse a voluntad. El creciente control voluntario del sistema muscular permite al niño participar activamente en su adiestramiento. Desea conservar el amor de su madre y, por ello, la complace. Así, la madre puede lograr que el niño haga lo que le pide.
Alrededor de los 15 meses ocurre lo que Kaplan en un libro reciente ha llamado "el segundo nacimiento del niño. En efecto, en esta etapa emerge la mente pensante y, como consecuencia, el mundo de símbolos, imágenes y conceptos reemplaza al mundo simple del movimiento y de la acción.
La fase de separación-individuación propiamente dicha se extiende de los 18 meses a los dos años de la vida. Las primeras verbalizaciones representan una ampliación del yo, nuevas funciones y un manejo más efectivo de su autonomía. El niño usa frecuentemente la negación como forma de autoafirmarse.
La siguiente fase se extiende hasta el tercer año. Se caracteriza por la adquisición de la capacidad de mantener la representación mental de los objetos. Puede decirse que para el niño su madre exista realmente cuando estaba presente y dejaba de existir cuando se alejaba. Ahora el niño ha adquirido lo que Piaget llamó constancia objetal. Puede evocar la imagen de su madre ausente aun cuando no la vea. Piaget describe que si a un niño de año y medio que va a tomar un juguete se le cubre la vista, ya no lo busca, pero después de los 2 años ocurre que lo busca activamente. Para tener constancia objetal, el niño requiere memoria y las nociones de tiempo y espacio.
Cuando el niño tiene 3 años ya ha desarrollado grandes capacidades cognoscitivas, tiene ya capacidad de manejar algunos de sus impulsos, de lidiar con la angustia, y tiene control muscular voluntario. Los defectos en el desarrollo de estas funciones tienen consecuencias que se hacen más aparentes en las fases subsecuentes de su desarrollo.
A partir de los 5 o 6 años, el niño se torna más introvertido y exterioriza menos sus afectos, sus fantasías y sus preocupaciones. Freud designó a esta etapa del desarrollo, que se extiende hasta la pubertad, "periodo de latencia".
En nuestra cultura, la iniciación de la vida escolar a los 6 años marca el principio de una notable expansión social y mental del niño. Se coincide en que cuando el niño termina el periodo que va desde esa edad hasta el principio de la pubertad ya han quedado formados en él los rasgos más prominentes de su carácter. Por ejemplo, hacia los 6 años son ya muy claras las diferencias entre niños que muestran una voluntad de dar y de compartir y otros que son incapaces de separarse de sus posesiones. También son aparentes, en grados variables, la tendencia a la envidia y los celos, a oponerse a las prohibiciones y la tendencia al orden y a la limpieza.
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